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Redacción (Jueves, 20-07-2017, Gaudium Press) Realmente no esperábamos encontrar tanta utopía; nuestras expectativas eran buenas, pero no tanto. Tal vez fuese un poco cierto cansancio.

Tras despertarnos a las tres de la mañana, no pudimos conciliar el sueño. Nos levantamos, tomamos unas leves viandas y enrumbamos hacia ‘Lumen Maris’, el monasterio marítimo de los Heraldos del Evangelio, cerca de la ciudad costera de Ubatuba, en el ‘litoral norte’ brasileño.

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Las cuatro horas de camino desde San Pablo se nos hicieron cortas, tal vez por la oscuridad, tal vez porque no despuntó para nos propiamente el alba a causa de la neblina, de tal manera que el clarear del día nos sorprendió dentro de una maravillosa capilla gótica…

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Capilla de Lumen Maris, de una sola nave, amplia, transgótica, casi que una amplia cúpula que se alarga protectora y benevolente hacia el suelo. Vitrales en lugar de paredes, un fresco gigantesco magnífico al lado derecho del altar representando la Anunciación a Nuestra Señora; pinacular, una gigantesca piedra de vetas, vetas verdes y amarillas de Afganistán, horadada por lindos vitrales, vetas color claro, tupidas y angostas, piedra que opacaba un tanto los maravillosos mármoles y granitos de los suelos y el ambón. Una piedra en algo salvaje pero del paraíso. Y el Cielo azul estrellado de la bóveda y las paredes verde pistacho suave, con aplicaciones ornamentales doradas. Allí estaba Dios. Maravilla. Maravilla inédita.

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Ahí rezamos una parte de la liturgia de las horas, cuando fuimos suavemente interrumpidos por nuestro anfitrión de la hora, el distinguido don Rafael, quien nos invitaba a contemplar un panorama marítimo sin par. La agradable conversa se entremezclaba con los encantos del mar; y también la aparición de pajarillos, de rojos carmesí profundo, otros multicolores, del sobrevuelo de temperantes ‘urubus’ y gaviotas; y también las apacibles y variadas colinas que caían hasta refrescarse en el mar. Don Rafael dice que vio delfines. Maravilla. Maravilla también inédita. Todo era paz con sobrenatural, podría fácilmente aparecer un ángel.

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Terminada la alargada pero en percepción corta conversación, siguió un lento caminar rosario en mano por los corredores de granito que circundan el monasterio, por el patio de mármol, pero sobre todo por el Patio de los profetas. La reproducción de las figuras de ‘Aleijadinho’, representando a profetas mayores y menores -con admirables fondos de colinas, mar y monasterio- facilitaba la elevación hacia la atemporalidad rumbo a la grandeza eterna de Dios, Señor de los tiempos, Padre amorosísimo, Justiciero vengador cuando le place. Los profetas proclamaban lo que en latín se leía en sus pergaminos, textos propios tomados de la Santa Escritura: anuncios de gracias y desgracias, consolaciones, castigos, triunfos, perturbaciones. A pesar del paisaje maternalmente acogedor, el mensaje era que con el Creador no se juega, es Dios.

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Y de ahí nuevamente a la capilla, acogido por el Corazón materno de la imagen de la Virgen que se encuentra detrás del altar, por los colores de las piedras y vitrales, por el Santísimo que allí reinaba. Algunas horas trascurrieron en contemplación y oración. Lugar para implorar el perdón por los pecados de toda una vida, también para expiar el pecado de no admirar la maravilla de la Creación, el mar, las montañas, el cielo, para pedir perdón por no subir constantemente a Dios. Es un lugar para agradecer por todo, por haber sido creados, por haber sido hechos hijos de Dios.

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Después de algún tiempo de meditación, una “interrupción” espléndida de nuestro anfitrión para una conversa de temas renovados, mirando un nuevo cielo y un nuevo mar. Maravilla.

Tras el reposo, nos preparábamos para partir cuando recibimos una llamada de nuestro jefe, preguntando si queríamos pasar la noche en la ciudad vecina, para al día siguiente permanecer por más unas horas en Lumen Maris. Lo dudamos y al final decidimos regresar esa misma tarde a San Pablo. Error. Esa noche nuestro superior fue indicado por su propio jefe para ir a atender servicios religiosos en Lumen Maris por dos días, lo que hubiese sido ocasión para un feliz encuentro en tan bendecido lugar. Y por ello una lección: Sea usted delicado, no bruto; esté a la escucha de la voz de la gracia, ella con mucha frecuencia habla con sutileza, y si ‘hoy escucháis su voz, no endurezcáis vuestro corazón’.

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Y ahora, después de varios días, un feliz recuerdo, de los más felices de la vida, con un ímpetu nuevo para contemplar a Dios en la maravilla de la Creación.

Y la añoranza de la apreciación de las fuertes piedras de granito del monasterio sobre la colina, rodeado por colinas y profetas, bajo el cielo azul, impregnado de lo sobrenatural que emanaba de la bella capilla gótica con la piedra maravillosa de Afganistán, junto al ancho y bello mar…

(Los domingos está abierta a los feligreses el gran Lumen Maris).

Por Saúl Castiblanco