Comentarios del Dr.Plinio Corrêa de Oliveira sobre Nuestra Señora de las Gracias, a quien hoy celebramos.

No me acuerdo de cuándo vi por primera vez en mi vida una representación de Nuestra Señora de las Gracias. Pero en mi más tierna infancia – ocho, nueve, diez años – esa sonrisa expresada por la imagen ya me acompañaba. No como algo en lo cual pensase de modo ininterrumpido, sino a la manera de un recuerdo: alguna cosa que vi y que me quedó en la memoria, en mi veneración, en mi afecto, sin que constituyese un objeto continuo de mis pensamientos. De vez en cuando veo esa invocación, encuentro una imagen, una estampa, una medallita u otra cosa que me habla de Nuestra Señora de las Gracias.

Revelaciones a Santa Catalina Labouré

No tengo palabras para expresarles con qué cuidado tomé conocimiento de las revelaciones de Nuestra Señora a Santa Catalina Labouré, cuyo texto leí con la atención con la cual ni un notario leería una escritura pública. Es decir, palabra por palabra, pormenor por pormenor, procurando entender, observar y componer bien el conjunto de hechos que caracterizaron esas revelaciones. Evidentemente, no hubo una sola ocasión en la que, estando en París, no fuese más de una vez a la Rue du Bac1, donde se dieron las apariciones.

Todo esto está presente en mi espíritu, pero, como decía, no es objeto de un pensamiento continuo. Sin embargo, nunca me sucedió que al mirar una imagen, estampa, figura de Nuestra Señora de las Gracias, o simplemente el reverso de la Medalla Milagrosa – donde está la “M” con el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María -, no sintiese, ya sea de un modo muy lejano, muy vago o muy cercano, lo que la imagen que ahora contemplamos dice de modo tan espléndido.

¿Cómo siento y cómo me parece la imagen de Nuestra Señora de las Gracias?

Descripción de la imagen

Hay en ella dos aspectos que se completan: es simplísima, su traje no comporta ningún adorno. La imagen fue concebida de tal manera que todos los pliegues de su manto son muy bonitos, caen muy bien, pero es el traje de cualquier dama o madre de familia de Belén, de Nazaret, de Jerusalén, en aquél tiempo, presentándose en la simplicidad de su vida cotidiana. Ella posee una túnica y sobre ésta un manto; y otro manto que cubre la cabeza y los hombros. Todo es lo más simple posible.

No obstante, hay algo que infunde un profundo respeto y nos hace notar que la persona representada vino de muy alto. De una altura que es el Cielo, más aún, del ápice del Cielo; por encima de Ella está apenas Nuestro Señor Jesucristo.

Además de respeto, ¡la imagen infunde una veneración que no se sabe cómo expresar! ¿Será lo virginal de su rostro? La fisionomía es indiscutiblemente virginal, todo el porte es virginal. ¿Será lo regio? No hubo una reina que tuviese tanta majestad. Para hacer una comparación inadecuada: la encantadora María Antonieta queda reducida a las proporciones de una muñeca de paño al lado de Ella.

Pero, por otro lado, ¡Ella está tan presente, con tanta intimidad, tan acogedora! Se tiene la impresión de que si nos mirase, aparecería algo del Cielo.

Benignidad, benevolencia, dulzura

Ella está en una actitud de quien mira a una persona que está a sus pies, rezando. Y extiende sus manos como quien dice: “¡Convénzase! Soy Yo misma, estoy aquí para ayudarla, favorecerla y llenarla de gracias.”

También nos da la impresión de que las manos acaban de entregar regalos magníficos y de que la persona fue beneficiada con dones que no provienen de esta Tierra que, evidentemente, son gracias.

De la imagen se eleva una benignidad, una benevolencia, una dulzura a la manera de una sonrisa. Ella no sonríe propiamente, sino que tiene un complacimiento que yo llamaría de “trans-sonrisa”, algo que va más allá de cualquier expresión.

Y el gesto de las manos parece decirnos: “¡Venid, pedid más, desead más, Yo os daré tanto cuanto pidiereis! ¡Aproximaos, no tengáis miedo, soy Yo misma que vengo aquí para estar con vosotros!”

En medio de mil batallas, preocupaciones, aflicciones, pormenores y providencias, y del fragor – no retrocedo delante de la palabra – de las angustias de las cuales está lleno nuestro camino, no es posible tener un mejor reposo que parar, mirar la imagen de Nuestra Señora de las Gracias y, comprendiendo todo eso, pensar: “Ah, entonces en esta guerra donde es necesario realizar lo irrealizable, vencer lo invencible, tener fuerzas que no sabemos de dónde vienen, necesitamos tener una confianza enorme porque, en las horas oportunas, ¡Nuestra Señora vendrá, nos sonreirá y nos ayudará!”

Vendrá, no necesariamente a la manera de una visión. Es una gran gracia tener una visión, pero notar en una imagen esas cosas, tener conocimiento de una gracia que nos toca en esas horas y sentir ese rocío dentro del alma, eso ya es todo.

Gracias sobrenaturales y auxilios de toda especie

Creo que, en este sentido, la invocación es muy acertada: “Nuestra Señora de las Gracias”. Es decir, Nuestra Señora que concede gracias. Pero, ¿qué quiere decir “gracias”? El término tiene dos sentidos: uno es el sentido de la gracia sobrenatural, el favor de los favores, el don gratuito al cual no tenemos derecho, pero que Nuestro Señor Jesucristo nos consiguió en lo alto de la Cruz y que Ella esparce, por ser la Medianera de todas las gracias. Es la gracia sobrenatural por donde tenemos fe, esperanza y caridad, y las virtudes cardinales.

Pero también son los auxilios de toda especie, a veces favores personales, personalísimos, terrenos, que deseamos mucho en función de Ella, para hacer su voluntad, para servir su Causa, para luchar por Ella, que pedimos con insistencia y que María Santísima nos acaba concediendo, de modo muchas veces inesperado. En la curva de un camino, en el pliegue de una angustia, de repente surge el favor. A veces no viene automáticamente, se demora y parece suceder lo contrario. Pero al final nos damos cuenta de que cuando llega, llega realmente, y con tanta plenitud, que somos recompensados de modo superabundante.

Esa es la impresión conmovedora que me causa esta imagen, de modo todavía más intenso que el que tuve en la propia Rue du Bac, donde, no obstante, se encuentran reliquias tan preciosas: allí está sepultada Santa Luisa de Marillac – fundadora de la Congregación religiosa a la cual perteneció Santa Catalina Labouré -; están los restos mortales de esta santa a quien Nuestra Señora se le apareció; la capilla de la aparición en la cual está expuesta a la veneración de los fieles la silla en que la Santísima Virgen se sentó a hablar con Santa Catalina Labouré, que permaneció tan cerca de la Madre de Dios a punto de apoyar los codos sobre las rodillas de Ella.

¿Será algún predicado natural de la escultura? No puede ser meramente natural, porque aquello que es motivo de un acto de amor a Nuestra Señora, no puede ser meramente natural. Puede haber algo natural que sirva de motivo, pero el amor a Ella es sobrenatural, viene de una gracia. Sin una acción sobrenatural de la gracia ni siquiera seríamos capaces de pronunciar piadosamente los nombres de Jesús y de María. Todo lo que dice respecto a la fe y a la vida de la fe, viene de lo sobrenatural.

La albura de la imagen

¿Hay algún designio de María Santísima por el cual Ella hace más sensible esa gracia, cuando se mira esta imagen de Nuestra Señora de las Gracias? No un intuito arbitrario, pues la palabra “arbitrario” toma aquí la mala connotación de “caprichoso” – la Reina de la Sabiduría no tiene nada de caprichoso -, sino algo que es un designio suyo que no conocemos. Es posible, y si realmente lo es, yo se lo agradezco mucho.

El hecho positivo es que no me es posible ver esta imagen sin que, de un modo más intenso o menos, me sienta enormemente inclinado a luchar aún más, aunque con una forma de refrigerio, de luz y de tranquilidad peculiar. Y me viene de la idea de que Ella acaba de distribuir muchas gracias y ofrece aún más.

No puedo dejar de relacionar eso con la albura extraordinaria de la imagen. Ese blanco corresponde al color del alma de Nuestra Señora. La inocencia de la Sancta Virgo Virginum – inocente sin comparación con nada y con nadie, por encima de todo, excepto de Nuestro Señor Jesucristo – se expresa en ese blanco de modo maravilloso. Pero también la generosidad, la bondad. Ella da todo porque tiene las intenciones más albas posibles con relación a todo el mundo. Quiere conceder, quiere ser generosa. ¡Es algo verdaderamente magnífico!

Anillos con piedras preciosas

No podríamos encerrar este comentario sin una palabra respecto a los anillos. En sus revelaciones, Santa Catalina Labouré cuenta que María Santísima tenía en sus dedos muchos anillos, como usaban las señoras de aquél tiempo. Ella quiso aparecer así. Y los anillos estaban dotados de diversas piedras coloridas, de las cuales partían rayos de luz. Sin embargo, algunas piedras, aunque fuesen luminosas, no emitían luz.

Entonces Santa Catalina Labouré, con la libertad que tenía con Nuestra Señora, le preguntó por qué algunas de aquellas piedras no relucían. Y Ella le dio esta respuesta que me impresionó mucho: “Son las gracias que no me pidieron. Si me piden esas gracias, Yo se las daré. Así aumentará el brillo de los anillos.”

Podríamos preguntarnos: ¿para nosotros, cuántos anillos aún no brillan y cuántos ya brillaron? ¿Qué anillo será el “thau”2? Existen anillos con una piedra preciosa alrededor de la cual están incrustadas otras piedras preciosas. ¿Cuántas piedras rodearán el “thau”? ¿Qué anillo magnífico será el mismo? ¿Lo contemplamos bastante para que brille en toda su plenitud? O sea, ¿le pedimos mucho a María Santísima que realmente el “thau” nos llegue en la abundancia que deseamos?

¡Pedir, pedir, pedir, suplicar, implorar! “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá…”3 Eso se aplica a la imagen; de hecho, Nuestra Señora está con las puertas abiertas, como quien dice: “Hijos míos, no pedisteis desde afuera, no golpeasteis la puerta, entonces abrí y aquí estoy. Aquí están mis anillos. ¡Venid, hijos míos y aproximaos!”

Al cabo de un día con dificultades, un refrigerio incomparable

Imaginen cuál no fue mi impresión al entrar a este auditorio y encontrar esta imagen de un modo enteramente inesperado. Y me pregunté: “¿Por qué estaba yo tan lejos de pensar en eso?” Y me vinieron a la mente varias pequeñas razones: “Si esta imagen se damnifica, se quiebra un dedo o un poco del manto, ¡qué peligro!”

Pero después me vino la idea de que la imagen representa a la Reina, la cual no se mueve. Ella atrae a sí; se diría que la Reina no va atrás de nadie.

Sin duda, entró ahí algo de mis hábitos mentales. Yo soy muy estático e imagino las cosas siempre quietas, no moviéndose. Soy bastante continuo y la idea de transportar una imagen así, me parece algo difícil de concebir.

Todo eso contribuyó para que fuese una verdadera, enorme y agradabilísima sorpresa encontrar aquí esta imagen. Una sorpresa que llegó al cabo de un día con dificultades, problemas y perspectivas de toda clase, dándome este refrigerio incomparable y una emoción que no quise esconder. ¡Estoy realmente muy agradecido!

El Paraíso de Dios

Además, pensando mejor, ¿será que la Reina no va atrás de sus súbditos? ¿Ella no es la Madre del Buen Pastor, que deja noventa y nueve ovejas y sale a la búsqueda de una? ¿Por qué no admitir que su imagen sea transportada por hijos muy devotos para que otro hijo la vea? ¿Y así todos la amen, la festejen, la glorifiquen y la celebren juntos? ¡Es algo tan magnífico y acertado!

Yo rezo frecuentemente, sobretodo en el momento de la Comunión, pidiendo la gracia de llevar mi devoción a Nuestra Señora absolutamente tan lejos cuanto la Doctrina Católica lo permita. No deseo ir ni un milímetro más allá, pero quiero llevarla hasta el último punto que sea posible dentro de la Doctrina Católica. Lo cual representa un cielo, porque el hombre no consigue sondear con la vista el firmamento de la devoción a Ella.

Tomemos en consideración que Ella es llamada por San Luis Grignion de Montfort “el Paraíso de Dios”. Es decir, en la felicidad eterna y perfectísima que Dios tiene en Sí mismo, Él quiso tener a María Santísima como su Paraíso. Así comprendemos cuál es la elevación y cuáles son los dones de Ella, y hasta dónde debe ir nuestra admiración y nuestro amor a Aquella a quien, en cierto sentido de la palabra, el propio Dios admira, y que Él creó para tener el gusto de admirar.

Imágenes existentes en el cuarto de Doña Lucilia

En el oratorio de mi madre, en mi casa, colocada sobre una peaña, hay una imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Al frente, en un nivel más bajo, hay tres imágenes: una de marfil, dada a ella por un padrino de matrimonio que por coincidencia era también juez, y a quien mi madre llamaba “mi juez”. No conocí a ese hombre y no sé su nombre. Ella tampoco sabía de qué santa era esa imagen. Pero la conservaba por respeto, por saudades.

También hay una imagen del Niño Jesús, y, después, correspondiendo a la mano derecha de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, una imagen de Nuestra Señora de las Gracias.

Por su estilo, ésta última parece haber sido hecha antes de mi nacimiento, pues es de la misma escuela de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, sin duda anterior a mi nacimiento. Por lo tanto, desde mi primera infancia fue una de las imágenes de Nuestra Señora de las Gracias que vi.

Vi a Doña Lucilia rezar muchas veces ante esas imágenes con mucha devoción, con mucha atención y confianza. Sin suceder nada milagroso o extraordinario, yo notaba una consonancia entre ella y la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, más o menos como si Él estuviese reflejándose en ella. Y también había una consonancia cuando mi madre le rezaba a la imagen de Nuestra Señora de las Gracias. Cada vez que ella la besaba, yo tenía la impresión de que toda esa dulzura se reflejaba también en mi madre. Y en el modo de ella rezar, ponía eso a nuestro alcance.

Alguien me podría preguntar: “Pero, si eso es así, ¿por qué Ud. no saca esa imagen de ese oratorio y la pone al alcance de sus ojos continuamente?”

La respuesta es: no se debe estar provocando cosas de modo continuo. Cuando mi madre murió, la imagen estaba allá. Durante mi vida la vi innumerables veces. Pero creo que no debo sacarla de allá. Está donde mi madre la dejó cuando falleció, habiendo pasado allí gran parte de su vida. Yo nunca voy al cuarto sin ver la imagen y rezar un poco. Pero no sería capaz de, por así decir, forzar la continuidad de la gracia, poniendo ante mis ojos una imagen de Nuestra Señora de las Gracias y diciendo: “Ahora os agarré”. No es mi forma de hacer las cosas. Hay imponderables que llevan a tomar otra actitud. Es lo que tendría a decir.

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1) Nombre de la calle donde se encuentra el Convento de las Hijas de la Caridad, en París, Francia.
2) Denominación de la última letra del alfabeto hebreo, la cual tenía la forma de una cruz. Basándose en el capítulo 9 de la profecía de Ezequiel, el Dr. Plinio empleaba ese término con el fin de indicar una señal marcada por Dios en las almas de las personas llamadas especialmente a rezar y actuar en favor de la Iglesia y de la implantación del Reino de María.
3) Cf. Mt. 7, 7.

(Revista Dr. Plinio No. 188, noviembre de 2013, p. 16-21, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de conferencia del 3.10.1981)