P. RAFAEL IBARGUREN EP – ASISTENTE ECLESIÁSTICO

En su triple dimensión de presencia, sacrificio y alimento, la Eucaristía es absolutamente central en la vida de la Iglesia; siempre lo fue y siempre lo será.

San Juan Pablo II dio como tituló a su encíclica sobre este sacramento Ecclesia de Eucharistia, que significa “la Iglesia vive de la Eucaristía”. De la Eucaristía que instituyó el mismo Jesucristo en la última cena, y no de la que imaginan o re-inventan algunos “teólogos” contemporáneos que buscan conquistar ciudadanía  en ciertos ambientes católicos y eclesiales. Son “originalidades” –en realidad se trata de errores crasos- que deforman y hasta destruyen completamente la noción exacta de lo más sagrado que tenemos en nuestra Iglesia.

Esos errores están impresos en obras… ¡que se venden en librerías católicas! -por ejemplo, libros de Anthony de Mello, de Leonardo Boff o de José Antonio Pagola, autores heterodoxos que han sido oportunamente sancionados por la Iglesia. El veneno puede llegar inclusive a infectar a los propios seminarios donde se forman los futuros  sacerdotes, ministros ordinarios de la Eucaristía.

En una meditación reciente, hablábamos de los sacrilegios que se cometen, como son robos de hostias consagradas y profanaciones de sagrarios. Esos hechos vandálicos los perpetran generalmente enemigos de la Iglesia, gente sin fe.

Pero es preciso decir que difundiendo errores sobre la Eucaristía –lo que muchas veces es hecho por personas que tienen estudios y que practican la religión- también se la profana y se hace un daño tal vez más grave que la propia profanación del tesoro que guardan nuestros tabernáculo, ya que se instala en los fieles una duda, una objeción o hasta una negación de la Eucaristía.

Con el objetivo de fortalecer la fe y de ayudar a los católicos a no ser víctimas de esos desvíos en boga, vamos a citar y a refutar sumariamente algunos de los errores que circulan sobre el misterio Eucarístico.

Un error muy difundido es que la celebración de la Misa no es muy diferente de una cena. Es verdad que la Misa comporta el aspecto de banquete en vista de la comunión sacramental que se da como alimento. Pero no se debe reducir su celebración a una cena ritual como lo hacen los protestantes que, además, no creen en la presencia real. La Misa es la actualización del acontecimiento del cenáculo y del Calvario que se hace presente sobre el altar para glorificar al Padre y aplicar los méritos de Jesucristo a los participantes ¡La Misa perpetúa el misterio Pascual de Cristo y está lejísimos de ser una simple cena!

Otro error lamentable es la equiparación simplista que algunos hacen de la Eucaristía con el resto de la creación: “Dios está en todas partes… y también en la hostia consagrada. Toda la creación es el cuerpo de Cristo”, piensan. Definitivamente, esto no es así; el Catecismo de la Iglesia Católica en los números 1373 al 1381 expone la doctrina de la presencia real de Jesucristo en el pan y el vino consagrados. La Eucaristía no es un símbolo ni un reflejo de Dios. Es el mismo Dios.

Hay asimismo quienes sostienen que la presencia real en la Eucaristía dura mientras está la asamblea reunida, durante la celebración de la Misa. Y critican que se adore al Santísimo reservado en el Sagrario o expuesto en la custodia. “La Eucaristía fue instituida para ser alimento. Cuando se comulga, Jesús está presente; después que acaba la Misa (la cena…) no tiene más sentido su permanencia”, afirman. Éste es otro error muy grave. La Iglesia establece que las especies consagradas se reserven y se adoren también fuera de la Misa porque Cristo permanece en ellas mientras no se degraden.

Apuntemos, por fin, otro dañoso equívoco. Una persona podría pensar: “Estoy en pecado grave, pero tengo mucho deseo de recibir al Señor, eso me traerá bendiciones; comulgo igual y después me confieso”. ¡Cuidado! Enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1457): “(…) Quien tenga conciencia de hallarse en pecado grave que no celebre la misa ni comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental, a no ser que concurra un motivo grave y no haya posibilidad de confesarse; y, en este caso, tenga presente que está obligado a hacer un acto de contrición perfecta, que incluye el propósito de confesarse cuanto antes”. Entonces, la pauta “comulgo y después me confieso”, no es así no más…

San Pablo dice en una carta: “De manera que cualquiera que comiere este pan, o bebiere el cáliz del Señor indignamente, reo será del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Por tanto, examínese a sí mismo el hombre, y de esta suerte coma de aquel pan y beba de aquel cáliz. Porque quien lo come, y bebe indignamente, se traga y bebe su propia condenación, no haciendo el debido discernimiento del Cuerpo del Señor” (1 Cor 11, 27-29).

No deformemos la doctrina, ni el culto ni la reverencia en relación a la santísima Eucaristía. Recordemos la respuesta de Yahveh a Moisés desde la zarza ardiente: “Yo soy el que soy”, (Ex. 3, 14). Desde su sacramento de amor, Él nos dice lo mismo. Porque la Eucaristía no es lo que los hombres deciden que sea para acomodarla a sus antojos, conveniencias o idelogías. Ella es lo que invariablemente ha enseñado la Iglesia en todos los tiempos, y punto final.

ASUNCIÓN, 1 DE ABRIL DE 2016.-