Por el Ángel San Gabriel le fue anunciado la Encarnación del verbo a la Virgen María. Ese importante momento de la Historia de la Redención es presentado por las bellas y profundas palabras de la piedad medieval, perpetuadas en la Leyenda Áurea o Leyenda Dorada.

Esta importante obra de la literatura, escrita en la edad Media por el bienaventurado Santiago de Varezze (Arzobispo de Génova, miembro de la Orden de los Dominicos, 1226-1298), expresa muy bien no solamente la privilegiada inteligencia del autor sino sus dotes literarias y devocionales; él fue el responsable de la alimentación espiritual de numerosas almas a lo largo de varios siglos.

La Anunciación

La Anunciación del Señor es llamada así porque en el día conmemorado, fue un ángel quien anunció la venida del Hijo de Dios en la carne. Por tres razones convenía que la Encarnación del Hijo de Dios fuese precedida por un anuncio que fuera hecho por un ángel.

1) Para que el orden de la reparación correspondiese con el orden de la prevaricación. Así como el diablo tentó a la mujer para llevarla a la duda, de la duda al consentimiento y del consentimiento a la caída, el ángel anunció a la Virgen para estimularle su fe, llevarla de la fe al consentimiento y del consentimiento a la concepción del Hijo de Dios.

2) Por causa del ministerio del ángel, porque siendo el ángel ministro y esclavo del Altísimo, y habiendo sido la bienaventurada Virgen María escogida como Madre de Dios, era sumamente conveniente que el ministro sirviera a la Señora y justo también que la Anunciación fuese hecha a la bienaventurada Virgen por el ministerio de un ángel.

3) Para reparar la caída del ángel. Si la Encarnación no tuvo como único objetivo reparar la caída del hombre, sino también reparar la ruina del ángel, los ángeles no deberán ser excluidos. Como la mujer no está excluida del conocimiento de los misterios de la Encarnación y de la Resurrección, lo mismo debería ser del conocimiento del mensajero angélico, por eso Dios anunció ambos misterios a la mujer por intermedio de un ángel: la Encarnación a la Virgen María, y la Resurrección a María Magdalena.

La bienaventurada Virgen estuvo desde los tres a los catorce años en el Templo, junto con otras vírgenes, e hizo el voto de castidad hasta que Dios dispusiese de otro modo. Conforme está detalladamente relatado en la historia de la natividad de la bienaventurada María, José la tomó como esposa después de haber recibido una revelación divina y después que su ramo floreció. A fin de tomar providencias para su matrimonio, José fue a Belén –donde había nacido, en cuanto María retornaba a la casa de su padres en Nazaret, nombre que significa “flor”. Comenta San Bernardo: “La flor quiso nacer de una flor en una flor y en la estación de las flores”.

Fue allá por lo tanto, que el ángel se le apareció a Ella y la saludó diciéndole “Salve, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita entre las mujeres”. San Bernardo explica que: “El ejemplo de San Gabriel y el movimiento de San Juan Bautista, nos convidan a saludar a María, para nuestro beneficio”.

La anunciación del Ángel San Gabriel

Pero conviene ahora buscar los motivos por los cuales el Señor deseó que su Madre se casase. San Bernardo da tres razones: “Fue necesario que María se casase con José porque así el misterio quedaba oculto a los demonios; porque el esposo testimoniaba la virginidad de Ella y porque el pudor y la reputación de la Virgen quedaban resguardados”. A esto, le podemos agregar otras razones:

4) Para hacer que fuese borrada la deshonra en las mujeres de cualquier condición, solteras, casadas y viudas, triple condición por la cual la propia Virgen pasó.

5) Para que pudiese recibir ayuda de su esposo.

6) Para constituir una prueba de la importancia del matrimonio.

7) Para establecer en el hijo la genealogía del marido.

Por eso el ángel dijo: “Salve, llena de gracia”. San Bernardo, explicando tales palabras, dice que “la gracia de la divinidad está en su seno, la gracia de la caridad en su corazón, la gracia de la afabilidad en su boca, la gracia de la misericordia y de la generosidad en sus manos”. Y agrega que “Ella es verdaderamente llena de gracia, pues de su plenitud todos los cautivos reciben redención; los enfermos, curación; los tristes, consolación; los pecadores, perdón; los justos, gracia; los ángeles, alegría; en fin, toda la Trinidad, gloria; el Hijo del hombre, la naturaleza humana”. “El Señor está contigo” –explica San Bernardo- significa que “contigo está el Señor en cuanto Padre, que generó Aquel que concebiste en cuanto Espíritu Santo, del cual concibió, en cuanto Hijo, que se revistió de tu carne”. Bendita entre todas las mujeres significa que “encima de todas las mujeres porque seréis madre y virgen, y madre de Dios”.

Las mujeres estaban sujetas a una triple maldición: la de la deshonra, la del pecado y la del suplicio. La de la deshonra alcanzaba a las que no concebían, y así Raquel decía: “El Señor me sacó del oprobio en que estuve”; la del pecado recaía en las que concebían, de ahí el Salmo que dice “fui concebido en iniquidad”; y la del suplicio que afligía a las parturientas, conforme está en el Génesis: “tendrás hijos con dolor”. Solamente la Virgen María es bendita entre todas las mujeres, pues su virginidad está unida a la fecundidad, su fecundidad a la santidad en la concepción, y su santidad a la alegría en el parto. Ella es llena de gracia, por lo que dice San Bernardo, por cuatro razones que fulguran en su espíritu: la devoción de la humildad, el respeto al pudor, la grandeza de la fe, y el martirio de su corazón.

El ángel agregó: “El Señor está contigo” por cuatro razones, que del Cielo resplandecieron en su persona, todavía conforme a San Bernardo: la santificación de María, la salutación angélica, la venida del Espíritu Santo y la Encarnación del Hijo de Dios. Dijo también: “Bendita entre las mujeres” por otros cuatro privilegios que, según San Bernardo, resplandecieron en su carne: reina de la vírgenes (virginidad absoluta), fecundidad sin corrupción, gravidez sin incomodidades y parto sin dolor.

“Al oír tales palabras del ángel, quedó perturbada y reflexionó sobre el significado de aquella salutación”. Al oír el elogio, la Virgen ponderó sobre él; afectada en su modestia quedó callada; tocada en su pudor, pensó con prudencia lo que significaba aquella salutación. Quedó perturbada por las palabras del ángel, no por su aparición, porque la bienaventurada Virgen veía ángeles con frecuencia, pero nunca los había oído hablar de aquella manera. Pedro de Rávena comentó: “El ángel era de dulce apariencia pero de impresionantes palabras, de ahí el haberlo visto con júbilo y haberlo oído con aprensión”. Según San Bernardo, “la perturbación que la Virgen sintió fue resultado de su pudor virginal, y si no quedó más perturbada se debió a la fuerza de alma que la llevó a calar y reflexionar dando prueba de prudencia y discreción”.

Y entonces el ángel la tranquiliza diciéndole: “No temas, María, has encontrado gracia ante el Señor”. San Bernardo comenta: “encontró gracia delante de Dios, la paz de los hombres, la destrución de la muerte, la reparación de la vida”. “He aquí que tu concebirás y darás a luz un niño a quien llamarás Jesús, esto es, Salvador, pues Él salvará al pueblo de su pecados. Será grande y llamado Hijo del Altísimo”. Dice San Bernardo que “eso significa que aquel que es grande como Dios, será también grande hombre, grande profeta”. Entonces María preguntó al ángel: “¿Cómo será eso posible si no conozco hombre?”, esto es, ¿si no me propongo conocer? Pues Ella es Virgen de espíritu, carne e intención.

Sin embargo María interroga; ahora bien, quien interroga es porque tiene duda. ¿Por qué entonces no fue –como Zacarías, castigada con la mudez? A este respecto Pedro de Ravena da cuatro razones:

Quien conoce a los pecadores considera no solamente las palabras sino también el fondo de los corazones, juzga no solo lo que dicen sino lo que sienten. La causa que los llevó a interrogar fue diferente, y lo que esperaban no era la misma cosa. María creyó en algo que iba contra la naturaleza. Zacarías dudo por la naturaleza. Ella quiso saber cómo acontecerían las cosas, él en cambio negó que fuera posible que Dios lo hiciera. Él, pese a haber existido ejemplos anteriores, no tuvo fe. Y Ella en cambio, sin tales ejemplos anteriores, la tuvo. Ella quedó admirada de una Virgen dar a luz, él contestó la concepción. Por lo tanto ella no duda del hecho, sino que apenas indaga sobre su modo y sus circunstancias, ya que hay tres modos de concepción –el natural, el espiritual y el maravilloso, y Ella pregunta bajo cuál de ellos concebirá.

Y el ángel le respondió: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y ÉL mismo te hará concebir”.

Se dice que Cristo Nuestro Señor fue concebido por el Espíritu Santo por cuatro razones:

1) Mostrar que es por la inefable Caridad Divina que el Verbo de Dios se hizo carne, conforme dice Juan: “Dios amó tanto el mundo que le dio su Hijo único”. Esta explicación nos es dada por el Maestro de las Sentencias.

2) Mostrar que fue una gracia concedida sin que para eso hubiera algún merecimiento por parte de los hombres. Esa razón es dada por San Agustín.

3) Mostrar que fue por el poder del Espíritu Santo que el Señor Jesús fue concebido. Esta explicación es de autoría de San Ambrosio.

4) Hugo de San Víctor dice que el motivo de la concepción natural es el amor del marido por su esposa, y de la esposa por su marido: “Ocurrió lo mismo con la Virgen, pues el amor que Ella tenía al Espíritu Santo ardía singularmente en su corazón, en cuanto que el amor que el amor del Espíritu Santo hacia Ella, operaba maravillas en su cuerpo”.

“Y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra”. Esto quiere decir que la sombra es naturalmente formada por un cuerpo colocado en el camino de la luz, y como la Virgen, por su naturaleza humana, no podía recibir la plenitud de la divinidad, “la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra” significa que en Ella la luz incorpórea de la divinidad asumió la humanidad del cuerpo a fin de que Dios pudiese sufrir. San Bernardo parece aceptar esta explicación cuando dice: “Como Dios es espíritu y como en verdad somos el cuerpo de su sombra, Él vino a nosotros para que por medio de la carne vivificada viéramos el Verbo en la carne, el sol en la nube, la luz en la lámpara, la vela en el candelero”. Y todavía comentando el mismo pasaje, San Bernardo afirma:

“Es como si el ángel dijese que el modo por el cual tú concebirás a Cristo del espíritu Santo, será ocultado por la sombra del poder de Dios en su asilo más secreto, para que sea conocido apenas por Él y por Ti. Es como si el ángel dijese: ¿por qué me preguntas lo que sabrás por experiencia propia? Tú sabrás, sabrás, felizmente sabrás, pero por intermedio de aquel que al mismo tiempo será tu profesor y tu autor. Fui enviado para anunciar la concepción virginal, no para crearla. Aquella frase puede incluso indicar que Él la cubrirá con su sombra, esto es, extinguirá el ardor del vicio.

“He aquí que tu prima Isabel concibió un hijo en la vejez” El ángel dijo eso para contar que ocurriera una gran novedad en la vecindad. Según San Bernardo, la concepción de Isabel fue anunciada a María por cuatro motivos: el primero, aumentar su alegría; el segundo, perfeccionarle su conocimiento; tercero, mejorar su doctrina; cuarto, posibilitar su misericordia.

Sobre todo eso, San Jerónimo dice:

“He aquí la esclava del Señor, hágase en mí
según tu palabra”.

“La gravidez de la prima estéril fue anunciada a María para que un milagro sumado a otro milagro juntase alegría a otra alegría. O entonces, porque era conveniente que la Virgen supiese por la boca del ángel, y no por la de un hombre, la novedad que debía estar siendo divulgada por toda parte, a fin de que la Madre de Dios no quedase apartada de las cosas de su hijo, no permaneciese en la ignorancia de acontecimientos tan próximos. O incluso, porque sabiendo de la venida del Salvador cuanto del Precursor, sabiendo de momento y del momento y encadenamiento de los hechos, podría posteriormente revelar la verdad a escritores y predicadores del Evangelio. O, en fin, para que conociendo la gravidez de su prima ya de edad, la joven la pudiese ayudar y permitir al pequeño profeta Juan prestar homenaje al Señor, ocurriendo, delante de un milagro, un milagro todavía más admirable.

Más adelante San Bernardo añadió: “Oh Virgen, responded ya. Oh Señora mía, decid una palabra y recibid la Palabra, proferid una palabra y recibid la Palabra Divina, decid una palabra transitoria y recibid la eterna. Levantaos, corred, abrid. Levantaos para demostrar vuestra fe, corred para mostrar vuestra devoción, abrid para exhibir una señal de vuestro consentimiento”.

Entonces María, extendiendo las manos y levantando los ojos al Cielo, dijo: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. San Bernardo explica: “Se dice que unos recibieron el Verbo de Dios en el oído, otros en la boca, otros en la mano. En cuanto a María, Ella lo recibió en el oído por la salutación angélica; en el corazón por la fe; en la boca por la confesión; en la mano, por el tacto; en el vientre por la Encarnación; en el seno por el sustento; en los brazos por la ofrenda”. “Que se haga en mí según tu palabra”. San Bernardo continua: “Que Él sea hecho en mí no como palabra vacía y declamatoria, ni como alegoría, ni como sueño imaginario, sino como inspiración silenciosa, personalidad encarnada que habita corporalmente en mis entrañas”. Inmediatamente el Hijo de Dios fue concebido en su vientre como Dios perfecto, hombre perfecto y, desde el primer día de su concepción, tenía la misma sabiduría y el mismo poder que cuando alcanzó la edad de treinta años.

“Entonces María partió, fue a la casa de Isabel en las montañas, y al oír su salutación Juan (Bautista) se estremeció en el vientre de su madre”. Se dice que como él no podía hacerlo con la lengua, demostró por movimiento su alegría y comenzó así su función de Precursor. Ella ayudó a su prima durante tres meses, hasta el nacimiento de San Juan (Bautista), que Ella elevó en sus manos, como se lee en el Libro de los Justos. A lo largo de los tiempos, Dios siempre realiza en ese día gran número de maravillas, contadas por un poeta en estos bellos versos:

Salve, día festivo, remedio de nuestros males,
En que el ángel fue enviado, Cristo crucificado,
Adán creado y caído en el pecado,
Abel ofreció diezmo generoso, y fue muerto por su hermano envidioso,
Mequisedec ofreció sacrifico, Isaac subió al altar,
El bienaventurado Bautista fue decapitado.
Pedro lloró, y Santiago bajo Herodes pereció
Muchos santos resucitaron con Cristo,
El buen ladrón fue por Cristo perdonado. Amén.

Un lirio con la palabra “Avemaría

La visita de Nuestra Señora a Santa Isabel

Un noble y rico guerrero, habiendo renunciado a su vida de mundo secular ingresó en la Orden Cisterciense. Pero como no era letrado, los monjes no se atrevieron a aceptarlo simplemente como un hermano lego. Entonces le nombraron un maestro esperando así que aprendiera algo para poder continuar conviviendo con los monjes. Sin embargo el paciente maestro no fue capaz de hacerle aprender sino dos palabras: “Ave María”, que memorizó con tanto amor que las repetía a cada instante donde quiera que estuviese, sea lo que estuviere haciendo.

Después de muerto fue sepultado en el cementerio del monasterio y en su tumba nació un magnífico lirio en cuyos pétalos estaba escrita en letras doradas la palabra “Ave María”. Todos fueron a ver tal maravilla y a alguno se le ocurrió sacar tierra buscando la raíz de tan bella flor, encontrando que ella nacía precisamente de la boca del difunto. Entendieron ahí que con tal prodigio Dios quería honrar a quien con tanta devoción pronunciaba esta palabra.

Efecto protector del “Ave María”

Existía un señor feudal cuyo castillo quedaba junto a un camino muy transitado, por lo que el hombre se dedicaba a asaltar a los viajeros. Pero sucedía que nunca dejaba de saludar a la Madre de Dios sin que pasara un solo día que no recitase la salutación. Cierto día pasó por allí un religioso con fama de santidad y el señor feudal mandó alcanzarlo para que lo robasen, pero el monje pidió a los asaltantes que lo llevaran delante de su señor pues quería comunicarle algunos secretos muy importantes. Llevado delante del guerrero aquel, el monje pidió que le reuniese toda la familia y todas las personas del castillo para predicar la palabra de Dios.

Cuando todos estaban reunidos el religioso dijo que no todos estaban presentes y faltaba alguien. Como le asegurasen que no, él insistió diciendo que miraran bien porque sí faltaba alguien. Entonces alguien percibió que el camarero no estaba presente. El religioso confirmó la ausencia y lo mandaron buscar inmediatamente pero al ver al hombre de Dios, el camarero torcía los ojos de forma horrible, sacudía la cabeza como loco y no se atrevía a acercarse. Entonces el santo hombre le dijo: “Te conjuro en nombre de Nuestro Señor Jesucristo para que nos digas quién eres y por que motivo estás en este castillo.” Y el camarero respondió con voz horrible:

“Ay de mí. Por haber sido conjurado, revelo que no soy un hombre sino un demonio con aspecto humano que hace catorce años permanece bajo la autoridad de este Caballero porque mi príncipe me mandó aquí a esperar el día en que no recite la tal salutación angélica a María, a fin de ese día estrangularlo sin demora para que muera bajo el efecto de sus malas acciones diarias y hacerlo uno de los nuestros. Pero como todos los días dice la salutación angélica no puedo ejercer poder sobre él. Yo lo vigilo con atención pero no pasa día sin saludarla”.

Al oír esto el Caballero fue pesa de gran pavor, se arrojó a los pies del monje y pidió perdón de sus pecados. A partir de ese día cambio de modo de vivir. Y el hombre de Dios dijo al demonio: “Te ordeno, demonio, en nombre de Cristo salir de aquí y nunca más ir a un lugar donde se invoque el nombre de la gloriosa Madre de Dios”. Inmediatamente el demoño desapareció, y con respeto y gratitud el caballero dejó partir al santo hombre de Dios.

Para la presentación de este texto se ha utilizado como fuente la versión portuguesa de La Leyenda Dorada (Jacobo de Varezze, traducido por Hilario Franco Jr. Compañía de las Letras, 2003); y la versión francesa La Legende Dorée (Jacques de Voragine, nouvellement traduite em français, Abbé J.B.M.Roze, Edouard Rouveyre Editeur, 1902), disponible en http://www.abbaye-saint-benoit.ch/voragine/index.htm

Traducción al español de los Heraldos del Evangelio.