¡Salve oh Cruz, nuestra única esperanza!

En la Cruz de Cristo, solamente en ella tenemos que confiar. Si nos sostiene, no caeremos; si nos ampara, no desesperaremos; si es nuestra fuerza, ¿qué temeremos?

Siguiendo el consejo de los Padres de la Iglesia, jamás tengamos respeto humano o negligencia para utilizar este eficaz sacramental, que será siempre nuestro refugio y protección.

A fines del cuarto siglo de nuestra era, un gran gentío, congregado en torno a un pino gigantesco, esperaba el desenlace de un vibrante episodio.

El obispo san Martín de Tours había hecho derrumbar un templo pagano, y acababa de decidir cortar el pino que se hallaba cercano al lugar como objeto de culto idólatra. A esto se opusieron numerosos paganos y ofrecieron un reto: ellos mismos abatirían el “árbol sagrado” siempre y cuando el santo se dejara amarrar bajo él, para probar su confianza en Cristo.

Y así se hizo. Los vigorosos hachazos sacudieron el tronco, que empezó crujir e inclinarse… hacia la cabeza del hombre de Dios. Una feroz alegría se adueñó de los paganos, mientras los cristianos miraban con angustia a su santo obispo.

Éste hizo la señal de la cruz y el pino, como soplado por una potente ráfaga de viento, se desplomó al lado contrario sobre algunos de los más enconados enemigos de la fe. En aquella ocasión, muchos se convirtieron a la Iglesia de Cristo.

Desde tiempos apostólicos

Según la tradición, corroborada por los Padres de la Iglesia, la señal de la cruz se remonta al tiempo de los apóstoles.

Algunos afirman que Cristo mismo, durante su gloriosa ascensión, bendijo a sus discípulos con este símbolo de su Pasión redentora. Por consiguiente, los apóstoles y demás discípulos habrían propagado esta devoción en sus misiones.

Ya en el siglo II, Tertuliano, el primer escritor cristiano de lengua latina, exhortaba: “Para todas nuestras acciones, cuando entramos o salimos, cuando nos vestimos o tomamos baño, a la mesa o prendiendo las velas, si vamos a dormir o a sentarnos, al inicio de nuestras obras hagamos la señal de la cruz” .

Este signo bendito es motivo de gracias tanto en los momentos importantes como en los más corrientes de la vida cristiana. Se nos presenta, por ejemplo, en diversos sacramentos: en el Bautismo, señalando con la cruz de Cristo al que le pertenecerá; en la Confirmación, cuando recibimos en la frente los santos óleos; o incluso en la última hora, cuando somos agraciados con la Unción de los Enfermos. Nos persignamos al comienzo y al final de las oraciones, al pasar frente a una iglesia, al recibir la bendición sacerdotal, al emprender un viaje, etc.

Vida de San Martín de Tours: Milagro del Pino. Museo Cluny – Paris, Francia

Una devoción rica en significados

La señal de la cruz posee innumerables significados, entre los que se destacan los siguientes: un acto de entrega a Jesucristo, una renovación del Bautismo y una proclamación de las principales verdades de nuestra fe, como son la Santísima Trinidad y la Redención.

Su forma, también de rico simbolismo, sufrió algunas alteraciones a lo largo de los tiempos.

Al parecer, la primera modificación provino de una controversia con la secta monofisista (s. V), cuyos adeptos se persignaban con un solo dedo para representar que en la persona de Cristo se reunía lo humano y lo divino en una sola naturaleza. Como oposición a esta falsa doctrina, los cristianos empezaron a hacer la señal de la cruz uniendo tres dedos –pulgar, índice y cordial– para indicar su culto a la Santísima Trinidad, y apoyando los otros dos en la palma de la mano para simbolizar la doble naturaleza (humana y divina) de Jesús.

Además, la Iglesia de esa época se persignaba en sentido contrario al actual, es decir, del hombro derecho hacia el izquierdo.

Inocencio III (1198-1216), uno de los mayores papas del período medieval, dio la siguiente explicación simbólica: “La señal de la cruz debe hacerse con tres dedos, pues se realiza con la invocación a la Santísima Trinidad. El modo tiene que ser de arriba hacia abajo y de la derecha hacia la izquierda, porque Cristo bajó del cielo a la tierra y pasó de los judíos (derecha) a los gentiles (izquierda)” . Actualmente, esta forma sólo pervive en ritos católicos orientales.

A inicios del siglo XIII, algunos fieles, imitando el modo en que bendice el sacerdote, comenzaron a santiguarse de izquierda a derecha con la mano empalmada. El mismo Papa relata el motivo del cambio: “Otros, sin embargo, hacen la señal de la cruz de izquierda a derecha, porque de la miseria (izquierda) podemos llegar a la gloria (derecha), así como sucedió con Cristo al subir a los cielos. (Algunos sacerdotes) lo hacen de ese modo y las personas quieren imitarlos” .

Esta forma terminó por volverse habitual en toda la Iglesia de Occidente hasta nuestros días.

Benéficos efectos

La señal de la cruz es el principal y más antiguo de los sacramentales, que son “signos sagrados con los que, imitando de alguna manera a los sacramentos, se expresan efectos, sobre todo espirituales, obtenidos por la intercesión de la Iglesia” (CIC, 1667). El signo de la santa cruz nos defiende del mal, nos protege contra los embates del demonio y obtiene gracias de Dios para nosotros.

San Gaudencio (s. IV) afirma que es “una invencible armadura de los cristianos” en toda circunstancia.

A los fieles turbados o tentados, los Padres de la Iglesia aconsejaban la señal de la cruz como solución de garantizada eficacia.

San Benito de Nursia, luego de vivir tres años como ermitaño en Subiaco, fue buscado por un grupo de monjes que habitaban las cercanías, para hacerlo su superior. Aun así, algunos monjes no estaban de acuerdo con ese plan e intentaron matarlo, sirviéndole pan y vinos envenenados.

Cuando san Benito hizo la señal de la cruz sobre los alimentos, la copa de vino se quebró y un cuervo voló hasta el pan, lo recogió y se lo llevó lejos. Hasta hoy, la “medalla de san Benito” recuerda este hecho.