Redacción (Gaudium Press) Era el atardecer del 3 de octubre del año 1226, víspera del Domingo día del Señor, y San Francisco de Asís, fundador de la Orden Franciscana, fallecía ante los ojos de sus hermanos frailes. Éste momento, conocido como el “Tránsito de San Francisco de Asís”, es recordado cada año de manera especial por toda la Familia Franciscana en la víspera de la solemnidad del “pobre de Asís”, que se conmemora cada 4 de octubre.

"Yo me voy a mi Dios, a cuya gracia os dejo encomendados a todos" / Vitral de San Francisco de Asís en la Catedral de Costa Rica.

“Yo me voy a mi Dios, a cuya gracia os dejo encomendados a todos” / Vitral de San Francisco de Asís en la Catedral de Costa Rica.

Fray Rufino María Grández, hermano menor capuchino de origen español y quien reside en México, explica en su blog: “El Tránsito nos evoca un momento sencillo y sublime: el triunfo del Amor en Francisco de Asís que, una vez que dejó las vanidades, fue cristiano hasta la médula, perfecto discípulo de Jesús”.

A diferencia de otras solemnidades de los santos, con Francisco de Asís, además de su fiesta del 4 de octubre, la memoria del Tránsito el 3 de octubre es de gran importancia para los franciscanos, quienes por siglos la han celebrado y hoy se ha extendido a los templos y a las espiritualidades de ligadas con San Francisco, viviéndose como una gracia especial.

Así lo expone en su blog el fraile capuchino: “Quienes hemos vivido el Tránsito desde niños, en el Seminario Seráfico, podemos decir que el Tránsito tiene una gracia especial. Uno contempla cómo murió san Francisco, de un modo que parece una liturgia celestial, y queda embargado de muchos sentimientos: en el fondo, san Francisco, yo y Jesús”.

A continuación el momento final de Tránsito del santo de Asís descrito en la Leyenda Mayor de San Buenaventura:

Acercándose, por fin, el momento de su tránsito, hizo llamar a su presencia a todos los hermanos que estaban en el lugar y, tratando de suavizar con palabras de consuelo el dolor que pudieran sentir ante su muerte, los exhortó con paterno afecto al amor de Dios. Después se prolongó, hablándoles acerca de la guarda de la paciencia, de la pobreza y de la fidelidad a la santa Iglesia romana, insistiéndoles en anteponer la observancia del santo Evangelio a todas las otras normas.

Sentados a su alrededor todos los hermanos, extendió sobre ellos las manos, poniendo los brazos en forma de cruz por el amor que siempre profesó a esta señal, y, en virtud y en nombre del Crucificado, bendijo a todos los hermanos tanto presentes como ausentes. Añadió después: «Estad firmes, hijos todos, en el temor de Dios y permaneced siempre en él. Y como ha de sobrevenir la prueba y se acerca ya la tribulación, felices aquellos que perseveraren en la obra comenzada. En cuanto a mí, yo me voy a mi Dios, a cuya gracia os dejo encomendados a todos».

Concluida esta suave exhortación, mandó el varón muy querido de Dios se le trajera el libro de los evangelios y suplicó le fuera leído aquel pasaje del evangelio de San Juan que comienza así: Antes de la fiesta de Pascua (Jn 13,1). Después de esto entonó él, como pudo, este salmo: A voz en grito clamo al Señor, a voz en grito suplico al Señor, y lo recitó hasta el fin, diciendo: Los justos me están aguardando hasta que me des la recompensa (Sal 141).

Cumplidos, por fin, en Francisco todos los misterios, liberada su alma santísima de las ataduras de la carne y sumergida en el abismo de la divina claridad, se durmió en el Señor este varón bienaventurado.

De la redacción de Gaudium Press con información de Fratefrancesco.org y hermosas-palabras.blogspot.com.