EL TRONO DEL PAPA
es símbolo de la infalibilidad
La palabra “cátedra” significa asiento o trono y es la raíz de la palabra catedral, la iglesia donde un obispo tiene el trono desde el que predica. Sinónimo de cátedra es también “sede” (asiento o sitial): la “sede” es el lugar desde donde un obispo gobierna su diócesis. Por ejemplo, la Santa Sede es la sede del obispo de Roma, el Papa.
Sentado en una simple silla de roble, san Pedro presidía las reuniones de la iglesia primitiva. A lo largo de los siglos, esa preciosa reliquia fue creciendo en valor y significado.
Ningún transeúnte prestaba mayor atención a ese judío de semblante grave, que subía a paso firme una calle del Monte Aventino, en Roma, el año 54 de la era cristiana.
Pocos siglos más tarde, sin embargo, esa ciudad recibiría a emperadores, reyes, príncipes, potentados y, sobre todo, a multitudes incontables de fieles que vendrían a besar los pies de una imagen de bronce de aquel varón desconocido y hasta despreciado por la Roma paga na. Porque era él a quien había dicho el propio Dios: “Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desa tado en el cielo” (Mt 16, 19).
Sí; era el apóstol Pedro, que regresaba a la capital imperial para establecer en ella el gobierno supremo de la Santa Iglesia.
“Saluden a Prisca y Aquila”
Probablemente lo acompañaban algunos cristianos, entre ellos Aquila y su esposa Prisca, bautizados por él pocos años atrás. En la epístola a los romanos, san Pablo hace una mención sumamente elogiosa de este matrimonio: “Saluden a Prisca y Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús, quienes, por salvar mi vida, expusieron su cabeza; a quienes no sólo estoy agradecido yo, sino todas las iglesias de procedencia pagana. Saluden también a la iglesia que se reúne en su casa” (Rom 16, 35).
La evangelización echaba profundas raíces en las almas y se difundía rápidamente por todo el orbe, regada con la sangre de los primeros mártires. Pero no existían aún templos para celebrar el culto divino, que debía hacerse en las residencias particulares.
Así fue como Aquila y Prisca tuvieron el incomparable privilegio de recibir en su hogar a la comunidad cristiana. Ahí era donde san Pedro predicaba, instruía, celebraba la Eucaristía. Desde esa modesta casa gobernaba la Iglesia, floreciente pese a los obstáculos puestos por los enemigos de la Luz.
Una simple silla de roble
Llena de admiración por el Príncipe de los Apóstoles, Prisca le reservó la mejor silla de la casa, donde se sentaba el santo para presidir las reuniones de la comunidad.
Tras la muerte del apóstol, esa silla fue venerada por los cristianos como una preciosa evocación de su enseñanza. Pronto empezaron a llamarla “cátedra”, término griego que designa la silla alta de los profesores, símbolo de su magisterio.
Originalmente era una pieza bastante sencilla, de roble. Al correr del tiempo, algunas partes deterioradas se restauraron o reforzaron con madera de acacia. Por fin, fue adornada con sobre relieves de temas profanos en marfil.
Un altar-relicario
Hay suficientes testimonios y documentos para seguir su historia desde fines del siglo II a nuestros días.
Tertuliano y San Cipriano aseguran que en su época (fines del siglo II y comienzos del siglo III) la cátedra se conservaba en Roma como símbolo de la Primacía de los Obispos de la urbe imperial.
Alrededor del siglo IV, se colocaba en el baptisterio de la Basílica de San Pedro para veneración de los fieles, los días 18 de enero y 22 de febrero.
Durante toda la Edad Media se conservó en la Basílica del Vaticano, siendo utilizada para la entronización del Soberano Pontífice.
En 1657, el Papa Alejandro VII le encomendó al escultor y arquitecto Bernini un monumento para exaltar tan preciosa reliquia. Haciendo gala de todo su genio, Bernini construyó el magnífico Altar de la Cátedra de san Pedro, que muchos consideran su obra maestra.
El monumental altar se erige sobre mármol de Aquitania y jaspe de Sicilia, que representan la solidez y nobleza de los fundamentos de la Iglesia. Las cuatro gigantescas estatuas que sostienen la cátedra –representando a san Ambrosio, san Agustín, san Atanasio y san Juan Crisóstomo, doctores de la Iglesia Latina y Griega– recuerdan la universalidad de la Iglesia y la coherencia entre la enseñanza de los teólogos y la doctrina de los apóstoles.
En 1666 fue colocada al centro del altar la cátedra de bronce dorado que, como un relicario, encierra en su interior la dos veces milenaria silla de san Pedro.
Símbolo de la Infalibilidad Papal
En los documentos eclesiásticos, la expresión Cátedra de Pedro significa lo mismo que Trono de san Pedro, Solio Pontificio, Sede Apostólica. En sentido figurativo, se la equipara al Papado y a la misma Iglesia Católica.
Los padres del IV Concilio de Constantinopla (año 859) afirmaron:
“La Religión católica siempre se conservó inalterable en la Sede Apostólica […] Esperamos poder mantenernos unidos a esta Sede Apostólica sobre la cual reposa la verdadera y perfecta solidez de la Religión cristiana”.
En la misma época, el Papa san Nicolás I pudo sostener con toda razón que “en los concilios no se reconoció como válido y con fuerza de ley sino lo que fue ratificado por la Sede de San Pedro; lo que rechazó, no fue tomado en cuenta”.
En una de sus cartas, san Bernardo usa la expresión “Santa Sede Apostólica” para referir se a la persona del Papa y afirma que la infalibilidad es un privilegio “de la Sede Apostólica”.
Después de la solemne definición del dogma de la Infalibilidad papal en el Concilio Vaticano I, todos los católicos – eclesiásticos o laicos– son unánimes en proclamar que el Papa está y siempre estará libre de error en materia de fe y moral, de acuerdo con las palabras de Jesús al Príncipe de los Apóstoles: “Yo he rogado por ti, para que no desfallezca tu fe. Y tú, una vez convertido, con firma a tus hermanos” (Lc 22, 32).
La Cátedra de Pedro constituye, pues, el símbolo más elocuente de esa Infalibilidad del Papado, de la persona del Papa y de la misma Santa Iglesia de Cristo. Y todavía más, puesto que en la Exhortación Apostólica Pastores Gregis, el Santo Padre Juan Pablo II afirma que en ella se encuentra “el principio perpetuo y visible, así como el fundamento de la unidad de la fe y de la comunión”.
Por este motivo, hacia ella se vuelca nuestra admiración entusiasta, de modo especial en el día de su fiesta litúrgica, el 22 de febrero.
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