“La divina Señora se dignó concederme que toda alma que con confianza se presente delante de este cuadro, experimentará una verdadera contrición de sus pecados, con verdadero dolor y arrepentimiento, y obtendrá de su Divinísimo Hijo el perdón general de todos sus pecados. Además esa mi divina Señora, con amor de verdadera Madre, condescendió en asegurarme que a toda alma que contemple esta imagen, concederá una particular ternura y devoción hacia Ella.” (Sor Clara Isabel Fornari)
¡Confianza! ¡Confianza! ¡Yo vencí al mundo!” (Jn 16, 33)
Cuando la palabra confianza era pronunciada por Nuestro Señor Jesucristo, “se operaba en los corazones una profunda y maravillosa transformación” , dice un sabio escritor. “La aridez de sus almas era humedecida por un rocío celestial, las tinieblas de sus espíritus se transformaban en luz, la angustia era sustituida por una calma serenidad.” El mismo convite hecho otrora por Nuestro Señor, es repetido hoy a nosotros. ¡Confianza! ¡Cómo esa virtud es necesaria en los días de hoy!
¡Cómo se equivocan las almas que, sintiendo sus deficiencias y miserias, no osan aproximarse del Divino Salvador, con recelo de que un Dios tan puro y excelso no se inclinaría hacia ellas, no perdonaría sus faltas! Dios es Misericordia, y desde que deseemos sinceramente convertirnos, Él tendrá pena de nuestra miseria y se dignará salvarnos y colocarnos junto a su Sagrado Corazón. Más aún: para que experimentásemos de un modo más elocuente la bondad en términos humanos, creó el cariño materno. De lo alto de la Cruz, cuando entregaba su alma al Padre, nos dio a su propia Madre para que fuese también la nuestra: “Mujer, he aquí a tu hijo. (…)Hijo, he aquí a tu Madre” (Jn 19, 26-27). Como explica la Iglesia desde sus primeros siglos, en San Juan estaba representada toda la humanidad. Ese don inenarrable de ser, también, hijos de la Madre del Cielo, nos facilita igualmente la práctica de la virtud de la confianza.
Esas reflexiones nos traen a la memoria una bellísima pintura de Nuestra Señora de la Confianza venerada en la Ciudad Eterna, en la capilla del Pontificio Seminario Romano, vecino a la famosa Basílica de San Juan de Letrán.
La devoción a Nuestra Señora de la Confianza surgió en Italia hace casi tres siglos, vinculada a la venerable Hermana Clara Isabel Fornari, clarisa fallecida en 1744, y con proceso de beatificación en curso. Abadesa del monasterio de la ciudad de Todi, Sor Clara fue privilegiada por Dios con gracias místicas, entre las cuales la de recibir en sus miembros los estigmas de la Pasión. Nutriendo una devoción muy particular a la Madre de Dios, llevaba siempre consigo un milagroso cuadro que la representa con el Niño Jesús en los brazos. A esa pintura se atribuían gracias y curas numerosas, y ya en el S. XVIII comenzaron a circular por Italia copias, dando origen a la devoción de la Santísima Virgen bajo el título de Madre de la Confianza.
Una de las copias acabó por tornarse más célebre que el propio original. Fue ella llevada al Seminario Mayor de Roma —el principal del mundo, por ser el seminario del Papa—, donde se convirtió en la Patrona. Todos los años es venerada por el propio Pontífice, quien va a visitarla en la fiesta de la “Virgen de la Confianza”, el 24 de febrero.
Desde el inicio, la Virgen mostró a los seminaristas que, si recurriesen a Ella bajo la invocación de Nuestra Señora de la Confianza, podían contar con su auxilio en toda circunstancia por más difícil que fuese. En ese sentido, entre los hechos prodigiosos más insignes se cuentan las dos veces (1837 y 1867) en que una epidemia de cólera alcanzó la Ciudad Eterna, y en las que el Seminario Romano se vio milagrosamente libre por la poderosa intercesión de su Patrona. También, durante la Primera Guerra Mundial, cerca de cien seminaristas fueron enviados al frente de batalla, y se colocaron bajo la especial protección de la “Madonna”. Todos regresaron vivos, lo que atribuyeron a la Santísima Virgen. En agradecimiento, entronizaron el venerable cuadro en una nueva capilla de mármol y plata.
Cuando allí fue colocado, venía acompañado de un antiguo pergamino, que aún se conserva, y que trae estas consoladoras palabras de Sor Clara Isabel: “La divina Señora se dignó concederme que toda alma que con confianza se presente delante de este cuadro, experimentará una verdadera contrición de sus pecados, con verdadero dolor y arrepentimiento, y obtendrá de su Divinísimo Hijo el perdón general de todos sus pecados. Además esa mi divina Señora, con amor de verdadera Madre, condescendió en asegurarme que a toda alma que contemple esta imagen, concederá una particular ternura y devoción hacia Ella.”
La devoción a la “Madonna della Fiducia” se muestra particularmente benéfica cuando se reza la jaculatoria “¡Madre mía, confianza mía!” Muchos son aquellos que se fortalecen en la confianza, o la recuperan, apenas por contemplar esa bella pintura, sintiéndose inundados por la mirada materna, serena, cariñosa y alentadora de la Reina del Cielo.
Y el Divino Niño, también observando al fiel, apunta su índice a la Santísima Virgen, como diciendo: “Colóquese bajo su protección, recurra a Ella, sea enteramente de Ella, y Ud. conseguirá llegar hasta Mí”.
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