Redacción (Gaudium Press) Hemos tenido la oportunidad de escuchar muchas veces a personas que dicen: “Eso de rezar el rosario es muy aburrido. Tener que repetir Ave María… Santa María… no sé cuántas veces, ¡no termina nunca! No tiene sentido estar repitiendo las mismas palabras como un loro”. Con leves variaciones, casi siempre dicen lo mismo. Y, claro, no es de extrañarse que alguien que está acostumbrado a entretenimientos sensacionales o virtuales, donde el gozo y la diversión vienen de inmediato, no sienta interés por el rosario. Es algo natural en nuestro contexto actual. Pero en vez de tratar de las desventajas y defectos a que tienden los entretenimientos basados, sobre todo, en el placer, consideraremos algo que parece ser muy olvidado, o tal vez ignorado.
Si rezar el rosario nos parece algo monótono y medio pesado, es muy probable que sea porque no lo estamos haciendo bien, pues si no qué sentido hay cuando decimos en el primer misterio contemplamos…en el segundo… y así por delante. Es por eso que rezar el rosario no consiste solamente en decir un determinado número de veces el Padre Nuestro y el Ave María. Hay que meditar, es decir, contemplar y admirar interiormente los episodios de la vida de Nuestro Señor Jesucristo conforme el rosario nos invita, y de éste modo no sólo tendremos gusto por rezarlo sino también habremos encontrado un excelente medio para nuestra santificación, pues el alma se asemeja a aquello que admira.
Sin embargo, puede suceder que alguien no sepa cómo hacer una meditación, y ciertamente hay personas que tienen dificultad en realizarla. Es justamente lo que queremos abordar en estas líneas.
La “composición de lugar”
Una de las cosas más convenientes para meditar -como lo señaló San Ignacio en sus célebres ejercicios espirituales- es elaborar una “composición de lugar”, o sea, imaginar las escenas de la vida de Jesucristo y de su Santa Madre como algo que nosotros mismos estamos viendo y de esta manera hacernos presentes en aquellos momentos, como si viviéramos en ellos, vinculándolos a nuestras vidas de manera especial. También podemos imaginar algunas particularidades de esos hechos como sonidos, vestidos, colores, el ambiente y el clima del día en que ocurrían, las fisionomías de los personajes que en ellos se encontraban, y así, todo lo que nos ayude a concentrar nuestra atención De este modo, meditar ya no será una cosa meramente abstracta y teórica; la meditación se tornará más fácil.
Ya que entramos en el asunto, nada mejor que ejemplificar, pues como reza el sabio adagio “las palabras mueven; el ejemplo arrastra”. Para esto, aprovechemos la fiesta de la Visitación de María Santísima a su prima Santa Isabel que la Santa Iglesia celebra el 31 de mayo -justamente uno de los misterios del rosario- para mostrar una de las innumerables maneras de meditar este episodio, que podrá servir a lo largo de nuestra vida, y se verá que no es tan fastidioso y difícil como algunos piensan.
Sabemos por el Evangelio que en la Anunciación el arcángel San Gabriel dice a María Santísima que su prima estaba en el sexto mes de haber concebido, a pesar de ser estéril. Nuestra Señora sabía que Santa Isabel ya era anciana y por tanto necesitaba de ayuda, y siente el deseo de ir a colaborar en lo quehaceres de su prima, madre del precursor de su Divino Hijo: San Juan Bautista. Así, la Virgen siguiendo la inspiración del Espíritu Santo viaja a la casa de Santa Isabel. Pero no había ni teléfono para avisar que iría para allá; ni dinero para viajar; ni transporte a no ser un burro que San José consiguió, ¡y qué burro! El burro más feliz de la historia: lo conduce el Patrono de la Iglesia, y encima se sienta nada más y nada menos que la Reina del Cielo y de la tierra.
Nuestra Señora y San José tendrían que viajar por un camino poco transitado, tal vez mucho por ladrones que los podían asaltar en cualquier momento, lo que constituía un peligro de muerte para todos. El camino era muy quebrado y desigual, sea por la lluvia o deslizamientos, además de que podía estar todo embarrado y no olvidemos que para Ellos no había otro medio que caminar, de sandalias…Realmente había que pensar dos veces en hacer un viaje de esos; quién sabe si van a volver, o peor, si al menos van a llegar a la casa de Santa Isabel. Mas, María Santísima que no teme nada por confiar enteramente en Dios, sale con toda prisa, resuelta a cumplir con su deber. Así, hicieron todos los preparativos del viaje, a pesar de que no había mucho que llevar, y comenzaron el largo camino por recorrer.
Al principio fue muy fácil y de cuando en cuando Nuestra Señora, fruto de su bondad, pedía a San José que se sentase en el burro en lugar de Ella para que Él descansase un poco. Pero el Santo no aceptaba: su principal preocupación era la comodidad de la Madre de Dios y no la suya. A pesar de eso, tuvo que aceptar que a veces Ella bajara del animal y caminasen juntos.
En determinado momento tenían que pasar por un peligroso sendero que, por un lado tenía solamente rocas, y por el otro un precipicio. Cualquier paso en falso y se acababa la historia. Pero San José, muy prudente, analiza bien cómo hacer para pasar; reza pidiendo la ayuda de los ángeles, mira al burro y se da cuenta que va a ser muy complicado pasar con él. Nuestra Señora debe desmontarse del animal el cual se queda esperando amarrado a un árbol. San José, cogiendo delicadamente la mano de su Esposa, la ayuda a pasar al otro lado. El terreno es húmedo, Ella se resbala, una piedra en el medio le impide equilibrarse, va a caerse… pero San José la sostiene y va, avanza, logran franquear el precipicio. Ahora el burro. La virgen reza para que no se caiga, si se cae ¡qué desastre! Entonces, Ella ora y su Esposo intenta conducir arriesgadamente el burro por aquellas piedras… Y hasta aquí llegamos por hoy.
Podemos imaginar todas las posibles dificultades que tuvo la Sagrada Familia en el camino y los innumerables percances que en él pudieron suceder, pues aunque no sepamos exactamente cómo fue aquel trayecto, podemos estar seguros de que nuestra imaginación no llega ni cerca de lo que realmente ocurrió. No es posible que lo que podríamos llamar de biografía de Dios y de su Madre sea menos fascinante que la historia humana. Por tanto, es lícito que usemos la imaginación para focalizar, lo mejor posible, nuestra atención a aquellos hechos que sólo se podrían escribir enteramente por milagro de Dios.
Si lo intentamos Dios, viendo nuestra buena intención de conocer y admirar su vida, nos dará gracias propicias para imaginar y reflexionar sobre aquello que a Él le agrada. Si alguien no se convenció: haga el intento más veces, y si aun así no lo logra, no se desanime ni se impaciente ya que Dios prueba con diversas dificultades a aquellos que ama.
Así, cuando vayamos a rezar el rosario, recordemos que la imaginación puede ser una buena amiga para tal, pero por otro lado, no olvidemos que cuando se usa para pensar lo que no se debe, entonces será una de nuestras peores enemigas. Y quién sabe si no es peor que el desprecio por la oración.
Por Jonathan Caldas
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