Redacción (Martes, 30-08-2016, Gaudium Press) Incienso, luz de vitrales, música y cantos sagrados, campanas al momento de la elevación, cirios encendidos, conforman el ambiente propicio para la presencia de Jesús sacramentado en la Eucaristía: Estamos asistiendo a la renovación incruenta del santo sacrificio del calvario, el acto de súplica e impetración más poderoso de la tierra, hecho por el propio Hombre-Dios al Padre Eterno. Ni las oraciones de todos los ángeles y santos por toda la eternidad tienen esa capacidad de conmover la misericordia Divina para atender nuestros pedidos en una sola misa. Una sola misa tiene más poder que todas esas oraciones de ángeles y santos juntos, incluyendo las de Nuestra Señora. Es el momento en que Dios está más atento con nosotros. Si nuestras súplicas, empapadas en la preciosísima sangre de Jesús son presentadas por las manos de María Santísima, como Ella lo hizo esa tarde junto a la cruz, se hace sencillamente imposible medir la fuerza y calidad de esa impetración. ¿Nos hemos dado cuenta de eso?

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Mientras una misa está terminando en un cuadrante de la tierra, en otro está comenzando y en otros tal vez ya vaya por la mitad, así sucesivamente sin dejar apagar la luz de la fe que reúne hombres y mujeres de toda condición social, hombro a hombro bajo las bóvedas del templo: enfermos, niños, ancianos, campesinos, citadinos.

Al momento de terminar la consagración, cuando el sacerdote nos dice que ese es el Sacramento de nuestra fe, se oye un murmullo suave y piadoso como un leve movimiento de aguas sanas que aprovecha el instante para decirle a Dios ¡Señor mío y Dios mío! como santo Tomás apóstol aquella noche en el cenáculo. Manos varoniles que todos los fieles suponemos virginales y castas acaban de traernos al altar cuerpo, sangre, alma y divinidad de Jesucristo bajo las especies del pan y el vino. Es el momento de pedir con más intensidad al Santo de los santos que se ha hecho realmente presente con toda su bondad y su poder.

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Después Él permitirá algo que sencillamente parece inconcebible: comer su cuerpo, una forma misteriosa que Él escogió para unirse más a nosotros en forma de alimento, como el alimento que a diario ingerimos pero maravillosamente transustanciado, porque para Dios nada es imposible aunque Voltaire y los blasfemos racionalistas del siglo XVIII, mentores ideológicos del liberalismo, llamaran a nuestra sagrada comunión un acto de canibalismo.

No permita Dios Nuestro Señor que la misa con todo su esplendor y altísimo significado, sea proscrita de la tierra por la impiedad de quienes simplemente la consideran una candorosa conmemoración, parecida al culto de las sectas que apartaron de la Iglesia de Dios media Europa bajo pretextos ruines e innobles, cuando ella más necesitaba de sus hijos, durante el Renacimiento pagano, ensañándose precisamente en la Misa, que convirtieron en una simple reunión conmemorativa a la que hoy le han agregado en algunas partes golpes de batería, guitarra eléctrica e incluso danzas irreverentes, sustrayéndole la dulcemente seria compenetración agradecida del pueblo redimido.

Por Antonio Borda